FALSEDADES DE HERNÁN BRIENZA
Por Demián ABBOTT y José RAMELLO
Presentación
Uno de los tantos propagandistas del Relato Oficial es Hernán Brienza, quien publicó una apología de la intromisión partidista en las escuelas titulada La Cámpora y el liberalismo monista (Tiempo Argentino, 20/08/2012). En el presente artículo abordamos con base teórica en la Integración Republicana una serie de observaciones al libelo. Consideramos que el neorrevisionismo en boga es una política de la Historia, un método de denigración que utilizan los kirchneristas para justificar su accionar en el presente, tergiversando hechos y protagonistas al solo efecto de descalificar al que piensa distinto y arrogándose, de paso, la hegemonía ideológica del populismo oligárquico gobernante. También refutamos la utilización que hace Brienza de Isaiah Berlin. Tremenda osadía de recurrir a uno de los principales pensadores liberales del siglo XX para ensalzar las “virtudes” pluralistas del kirchnerismo.
Advertencia preliminar
Brienza abre la nota con este párrafo: “Leía en forma distraída un texto del filósofo político alemán Isaiah Berlin mientras miraba a los salteños y salteñas pasear presuntuosos por su hermosa Plaza 9 de julio cuando comencé a entablar una relación lúdica entre las ideas de “liberalismo monista” y “liberalismo pluralista” y la historia de las ideas argentinas”.
Pésimo arranque. Sir Isaiah Berlin (1909-1997) era letón, oriundo de Riga, hijo de una familia judía hasídica que emigró a Inglaterra escapando de la revolución bolchevique. En Londres, Isaiah hizo una carrera académica fenomenal. Fundó en 1967 el Wolfson College de Oxford, del que fue su primer presidente. Recibió numerosas condecoraciones. Berlin, inglés por adopción, fue nombrado caballero en 1957. Está considerado uno de los principales pensadores del liberalismo del siglo XX. No es un politólogo para leer a la bartola. Luego ocurren los dislates.
Pero es comprensible que Brienza haya confundido la nacionalidad de Berlin. Leer distraído no ayuda. Hay que leer con atención, concentrado, y descartar interpretaciones imaginarias que suelen adjudicarle al texto leído un contenido inexistente. Producto de la distracción, a veces. Y de la manipulación, en otras.
Anticipamos que en el artículo abundan falacias lógicas. Se sabe que de una premisa falsa, se arriba a una conclusión equivocada. Pongamos un ejemplo de acuerdo a las categorías que Brienza manipula en el artículo:
Premisa 1: El liberalismo conservador es la dictadura
Premisa 2: El PRO representa el liberalismo conservador.
Conclusión: El PRO es la dictadura.
El lector comprenderá que se trata de un clásico razonamiento del kirchnerismo. En la premisa 2 en lugar del PRO pongamos a la Iglesia, el Campo, o cualquiera de los opositores y obtendremos alguna de las tantas difamaciones predilectas del Relato Oficial. Brienza logra conclusiones de esa naturaleza. Sin más dilaciones pasamos a desmontar las falsedades que aparecen en el comienzo mismo del artículo. Los primeros párrafos contienen los errores (u horrores) que luego se encadenan a lo largo del cuerpo textual hasta desembocar en acusaciones antimacristas y en concepciones histórico-políticas disparatadas, según nuestro análisis fundamentado teóricamente en la Integración Republicana (1).
Última advertencia antes de proceder de lleno a la refutación: Brienza es afecto a lo que denomina “comparación de instantáneas”, una burda estafa contrafáctica, a pesar de que aclara que esa no es su intención, que no quiere traspolar o descontextualizar, pero en sus escritos utiliza “en clave de juego” a personajes históricos para condenar a opositores o a hechos que son execrados por el Relato Oficial. Método perverso si los hay, escondido tras una prosa endulzada con fraseología barrial, para hacerlo ameno y divertido a ojos de los incautos.
3. Una tesis inservible
Dice Brienza en el segundo párrafo de su nota: Sostengo desde hace años (ver El Loco Dorrego) la tesis –no muy novedosa, por cierto (ver Sarmiento, Ingenieros, Hernández Arregui, Ramos, entre tantos otros)– que afirma que la historia argentina está sostenida sobre dos fuentes básicas de pensamiento y de acción política: por un lado, el liberalismo conservador (LC), y por el otro el nacionalismo popular .
Respecto de esta tesis (2)-el mismo Brienza se encarga de señalar que no es muy novedosa-, podemos colegir que englobar al pensamiento liberal dentro de la categoría “liberalismo conservador” es una definición por lo menos difusa, que se presta al etiquetamiento fácil. Liberales conservadores serán –para Brienza- los enemigos del pueblo que arderán en la hoguera inquisitorial del neorrevisionismo kirchnerista. Los vendepatria, los gorilas, los cipayos, los grupos hegemónicos, las corporaciones, Clarín, La Nación, el PRO, desfilarán con bonete por los medios estatales y paraestatales para la algarabía de la militancia en cada auto de fe. Mientras que en la vereda del nacionalismo popular, encontraremos a los ídolos verdaderos, la Patria misma, las epopeyas revolucionarias, el pasado glorioso, el paraíso perdido, el kirchnerismo. Se trata de un intento por volver a los puntos de partida de procesos pretéritos idolatrados como si con la invocación febril alcanzara para que se repitan. Mala noticia para el Relato: ningún punto de partida se repite.
Brienza remoza la anticuada fórmula del revisionismo histórico que reducía la complejidad de los conflictos del país a la antinomia “pueblo-oligarquía”, “pueblo-antipueblo”, “federales-unitarios”, “peronismo-antiperonismo”. La cantidad de fenómenos contradictorios sucedidos en los términos antinómicos a esta altura de los acontecimientos nos lleva a descartar la tesis de Brienza, no por poco novedosa, sino por inservible. El neorrevisionismo gasta energías por encontrar en la historia el antecedente del conflicto. Nosotros realizamos una lectura distinta del pasado para comprender las lecciones históricas sin imponer en la actualidad esquemas retardatarios, divisionistas y excluyentes. Adscribimos a la concepción integracionista republicana que es una comprensión superadora de la dicotomía liberalismo conservador-nacionalismo popular. La Argentina es una continuidad y como tal, una sucesión de acontecimientos favorables y desfavorables al desarrollo nacional, pero cada proceso contiene los presupuestos del siguiente.
Rogelio Frigerio enseña que “los sucesos no son fenómenos aislados son eslabones de una cadena sin fin. En cada uno de los acontecimientos contemporáneos hay una raíz histórica que los explica, y resultará difícil comprenderlos en su totalidad si no se explora esa raíz. Los hechos particulares respondes en gran parte a ideas y criterios que crean nuestra historia y se expresan en un proceso continuo hacia la integración y afirmación de la personalidad nacional. Es un proceso en el cual cada etapa tiene un valor o significación imperecedera y actúa como supuesto de la siguiente, de tal manera que la tesis de hoy entraña la síntesis de mañana. De nada vale negar lo que fue, y aún menos pretender extirparlo de la historia” (3).
En el siglo XIX, los padres fundadores de la Argentina fueron liberales. ¿Qué otra cosa podían ser? Era la filosofía política imperante. La crítica doctrinaria al liberalismo decimonónico estaba liderada por la Iglesia católica. Hubo sacerdotes en los primeros gobiernos patrios y en el Congreso de Tucumán. La Iglesia podría considerarse el fiel de la balanza en la disputa ideológico-política de la época originaria. Pero ganaron los liberales... progresistas. El apogeo del debate liberal-católico se produjo durante el tratamiento de la Ley 1420 de Educación común. Una resonante conquista de la Generación del 80. El anticlericalismo, tan propio de la progresía actual, hunde sus raíces en este cruce furibundo, en el que las partes involucradas abundaron en fundamentos doctrinarios para imponer su ideal de sociedad. Perdieron los liberales… católicos (4).
El antecedente de ese debate trascendental –en el que saldría airoso el roquismo - fue el Congreso Pedagógico de 1882. Allí Onésimo Leguizamón expuso: “A pesar de la tenaz controversia del elemento nuevo con el elemento retardatario, la sana doctrina ha salido al fin victoriosa, y quedan firmes en su puesto de acción los leales y esforzados defensores de la bandera progresista” (5).
La Constitución Nacional ha recibido el influjo del pensamiento liberal, cuya parte dogmática aún prevalece. ¿O acaso nuestros constituyentes no se inspiraron en la Carta Magna de los Estados Unidos y en los aportes de Alberdi? El país estaba prácticamente deshabitado. El desierto no era una alquimia extranjerizante de los liberales, era una realidad incontrastable que espoleaba la creatividad de los liderazgos representativos. ¿Es intelectualmente honesto, reescribir los acontecimientos fundacionales desde una perspectiva contemporánea sin sopesar la rigurosidad de los hechos de aquella época particular y única?
Rivadavia, Alberdi, Echeverría, Avellaneda, Sarmiento, Urquiza, Mitre, ¿porque auspiciaban la plenitud concreta del liberalismo han conspirado contra la independencia y la soberanía nacionales? ¿Carecían del apoyo ciudadano en el despliegue de sus proyectos acentuados por la particularidad dominante de sus respectivas virtudes de estadistas? ¿Desertaron de la construcción del edificio republicano federal que hizo de la Argentina una promesa incumplida?
Encasillar a los próceres de la Patria en una ideología supuestamente extranjerizante, al solo efecto de justificar una posición política partidista en el presente, es invención literaria, no es aserto científico ni lealtad a la documentación existente que describe la praxis constructiva de los estadistas pioneros. Falsificación lisa y llana. Una forma de hacer política con la Historia, el vicio que Arturo Jauretche les repudiaba a sus contrincantes mitristas a los que acusaba de ser la “antinación” (6).
Las diferencias entre Alberdi con Mitre y Sarmiento se dirimían dentro del liberalismo y no por fuera de él. Cuando Alberdi impugna a Mitre (7) lo hace en aras de forzar la distribución del poder concentrado por la élite portuaria, sin caer por ello en la falacia revisionista (y neorrevisionista) de que se enfrentaba al proyecto civilizador europeísta. El proyecto civilizador de los padres fundadores poseía una acentuada matriz criolla y de inocultable inspiración europea que determinó una estructura económica agroexportadora que estuvo vigente hasta 1916. Eran patriotas que pensaban una Argentina a la altura de la evolución capitalista hegemonizada por las potencias del Viejo Continente (Inglaterra y Francia). Y con esa mentalidad moderna y progresista, tan denostada por el revisionismo de diverso pelaje, hicieron del desierto una República pujante (8), que en el Centenario era la sexta potencia mundial, y los observadores internacionales le auguraban un futuro tan o más promisorio que el de los Estados Unidos de Norteamérica.
En el caso de los caudillos federales, ¿fueron nacionalistas populares antiliberales? Seamos equitativos, los caudillos del Interior tenían fuertes atributos conservadores, estaban más apegados a la fe católica que los unitarios de perfil iluminista. Recordemos que Facundo Quiroga era unitario, apuraba a Rosas con el dictado de la Constitución, pero se volcó a la causa federal por la cuestión religiosa. Su estandarte de guerra llevaba la leyenda “Religión o Muerte”. Los federales buscaban una participación equitativa en la distribución de la renta monopolizada por el puerto de Buenos Aires y, además, procuraban la preservación de las costumbres heredadas de la Colonia. Sin embargo, Juan Manuel de Rosas señoreó poniendo bajo sus botas al resto del país. Centralizó el poder vestido de rojo punzó y con la estrella de ocho puntas colgándole del pecho. Buenos Aires, con el imperio del puerto, mandó, sometió, impuso la obediencia debida, hasta que finalmente el entrerriano Justo José de Urquiza acaudilló la derrota del dictador.
“Por ello –explica marcos Merchensky- también resulta pueril el esfuerzo de algunos revisionistas por presentarnos a Rosas como un gobernante lleno de bondades, en medio de la barbarie de sus enemigos. Todos actuaron en función de su época, del país en que vivían, y arrastrados por las mismas pasiones. Lo que cuenta, para el proceso histórico, es lo que dejaron unos y otros en la línea de la consolidación nacional y del ascenso económico del país y del pueblo” (9).
Y Rogelio Frigerio agrega: “la defensa del unitarismo no puede servir para condenar globalmente a los federales, negándoles participación positiva en la evolución del país, y viceversa. De la misma manera, nada tiene de legítimo suprimir hoy el aporte del peronismo o del antiperonismo a la vida del país, por la razón de que entre ambos configuran la casi totalidad de nuestra experiencia, y sus razones y sinrazones perduran y determinan, por igual, tanto nuestra conducta como la de nuestros adversarios.
Somos hijos de la historia –de toda la historia- en su evolución permanente y le aportamos las consecuencias de nuestro propio ser” (10).
Olvida Brienza que luego de Caseros hubo un cruce de bandos fenomenal. Pedro Rosas y Belgrano (hijo natural del creador de la Bandera adoptado por Don Juan Manuel) en vez de servir al sitio de Buenos Aires encabezado por el rosista coronel Hilario Lagos, optó por ponerse al frente del interior bonaerense alineado con los unitarios. Los últimos rosistas (excepto los oficiales de campaña con más nostalgia que tropas) se alistaron en las filas del autonomista Adolfo Alsina, hijo de Valentín, un tenaz opositor a la dictadura palermitana. Vaya la paradoja. Y Adolfo Alsina es uno de los próceres reivindicados por el conservadorismo. Emilio Hardoy (el político y teórico conservador más importante del siglo XX) recuerda que la división del Partido Liberal, como consecuencia del intento de Mitre de federalizar la capital, dio origen a las fuerzas conservadoras. “Del tronco autonomista –dice Hardoy- vienen casi todas ellas, entre otras el partido Conservador de la Provincia de Buenos Aires, que también adoptó el colorado para distinguirse” (11). El famoso pañuelo colorado de los conservadores ha sido una herencia de los federales bonaerenses incorporados al alsinismo.
Miguel Bonasso comenta que “el lunes 11 (de diciembre de 1972), los dirigentes del Frejuli le ofrecieron a Perón la candidatura a presidente. A través de la retórica alsinista, pero efectiva, de Solano Lima” (12). Una anécdota categórica de la interconexión evolutiva de los partidos y de las ideas argentinas.
El primer recambio presidencial de 1868, luego de la organización definitiva de la República, encuentra al Partido Liberal enfrentado en dos sectores antagónicos: el Partido Liberal Nacionalista (liderado por Mitre y llamado así porque procuraba la unidad nacional y porque el diario que defendía su causa era La Nación Argentina) y el Partido Autonomista. Mitre impulsaba la candidatura de su ministro de Relaciones Exteriores, Rufino de Elizalde (exfuncionario rosista). Los autonomistas a su jefe, Adolfo Alsina. Los federales a Urquiza y Alberdi. Consultaron a Mitre que se hallaba en el campamento de Tuyú-Cué, en guerra con el Paraguay, y tildó las candidaturas federales de “reaccionarias”. Tampoco aceptó a Alsina. El “independiente” Sarmiento, por medio de la Liga de Gobernadores, factor determinante en el futuro, fue elegido presidente estando en los Estados Unidos, secundado en la vicepresidencia por Alsina. Fue la última vez que participaron candidatos federales. En 1870 asesinan a Urquiza y desaparece el partido de la divisa punzó.
El segundo recambio presidencial de 1874 tuvo como novedad la creación del Partido Autonomista Nacional (PAN), que elige presidente al tucumano Nicolás Avellaneda. Los nacionales (denominación dado a los acólitos del PAN) derrotan a los nacionalistas de Mitre, quien se subleva con denuncias de fraude. Arias lo vence en La Verde y la hegemonía provinciana pasará a sostenerse en la maquinaria electoral de la Liga de Gobernadores, alma mater del PAN, y elemento determinante por muchos años del liderazgo roquista.
¿Qué pretendemos demostrar con los datos históricos enunciados? Que las famosas dos líneas (la nacional y la liberal) se han cruzado de manera tal que insistir con una divisoria de aguas irreductible es inútil, no aporta nada, ya que conlleva a profundizar un odioso error de apreciación. Reforzamos nuestra crítica con más datos históricos. Alberdi, en 1857, siendo ministro Plenipotenciario de la Confederación ante las Cortes europeas, se entrevistó con Rosas en Inglaterra. “Me encargó de asegurar al general Urquiza –recuerda el tucumano-, la verdad de lo que me decía como a su representante en estas cortes: ´que estaba intensamente reconocido por su conducta recta y justa hacia él; que si algo poseía hoy para vivir, a él se lo debía´. Me renovó a mí sus palabras de respeto y sumisión al gobierno nacional.
(…)
Habló con moderación y respeto de todos sus adversarios, incluso de Alsina.
(…)
Recordó (Rosas) que él no había echado a Rivadavia, ni hubiera rehusado recibirlo. Fue bajo Viamonte, según dijo, el destierro de aquél.
Después de Balcarce, ningún porteño en Europa, me ha tratado mejor que Rosas, anoche, como a representante de la Confederación Argentina” (13).
Figuras prominentes del gobierno rosista (Lorenzo Torres, Tomás de Anchorena, Dalmacio Vélez Sarsfield) pasaron a colaborar con los unitarios. Felipe Varela fue urquicista como José Hernández, autor del Martín Fierro. Vale destacar que si bien Alberdi combatió a Mitre, terminó sus días abrazado a la causa liberal e la que nunca desertó (14).
¿Cómo compatibiliza el neorrevisionismo semejantes contradicciones? ¿Todo es lo mismo, antirrosismo que rosismo? ¿Hubo federales unitarios y unitarios federales? Una cosa son los matices legítimos que hallamos en cualquier fuerza política o etapa institucional, y otra las contradicciones. Es elemental respetar el principio lógico de identidad (toda entidad es igual a sí misma), algo que los neorrevisionistas eluden manifestando una historiografía a medida de los objetivos sectarios del gobierno kirchnerista.
El presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, al que pertenece Brienza, es Pacho O´Donell, quien escribió acerca de Carlos Menem:
“Etimológicamente ´gobernar´ proviene del latín gobernare y del griego kyberman: ejercer la autoridad, decidir la política. Nadie, ni aún sus más acérrimos enemigos, podrán negar que el doctor Menem, durnate su desempeño en la presidencia de la nación, ejerció efectivamente la autoridad y decidió con patriotismo y justicia la política.
Su carácter, y su gobierno lo reflejó, ama la audacia, la equidad, la innovación. Fue “El Gran Transformador”. Ello, y sus obras de gobierno, como suele hacer la Historia, le serán reconocidos en grado superlativo desde una perspectiva del futuro: cuando no dejará de valorarse la que fue, estoy seguro, una de sus máximas aspiraciones de demócrata, justicialista y republicano: entregar la banda presidencial a un sucesor elegido en el respeto de la Constitución Nacional” (15).
Todos tenemos derecho a cambiar, como O´Donell, de corregirnos para mejorar, desde una ética de la sinceridad, sin tergiversar, o inventar un pasado ajeno a nosotros, o criticar ese pasado como si nunca hubiésemos formado parte de él. Los kirchneristas son maestros en el arte de la impostura, adoptando glorias que les son ajenas, pero de las que se han apropiado con inigualable hipocresía (derechos humanos, militancia revolucionaria, etcétera). Al leer a O´Donell lo que escribió en 1999 sobre los demonizados años 90, ¿cómo hacemos para creerle lo que escribe en 2012 sobre lo que ocurrió hace dos siglos, si cuando le recordaron su pertenencia menemista adujo que se trataba de un complot difamatorio y el kirchnerismo en banda salió a convalidar el disparate? ¿No es más sincero y creíble reconocer el error, o en su defecto, aceptar lo que es una realidad histórica?
En esa inteligencia rechazamos la tesis de las dos líneas histórico-políticas que sostiene Brienza. Actualmente es un error, por cierto, reiterado de generación en generación, que tal vez haya fundamentado posiciones políticas a mediados del siglo XX, pero hoy carece de validez conceptual.
Brienza enumera las características que a su juicio exhiben las dos líneas histórico-políticas mentadas. “Obviamente –puntualiza-, no se trata de hacer un damero esquemático e inamovible sino de comprender las dos paralelas que traccionan las conductas y la generación de ideas de los diferentes actores del mapa argentino. La tradición nacional puede describirse por extensión como hispanista, criollista, americanista, colectivista, republicana, democrática –en términos sustantivos-; mientras que el liberalismo conservador se caracteriza por su tradición anglo-francesa, su evangelización civilizatoria, la apelación al individualismo, su proclividad a las interrupciones institucionales, la enunciación de valores democráticos formalistas.
Confirmar el desempeño paralelo de ambas líneas denota una lectura forzada. El entrecruzamiento operado en numerosas ocasiones debería conducirnos al abandono de posiciones maniqueas. Ni civilización ni barbarie. Por eso pensamos en términos de superación y de nueva síntesis, que –vale aclararlo- implica asumir una visión antitética de cualquier ensayo ecléctico. Tampoco dejamos de reconocer las mudanzas y lealtades en el movimiento nacional, aunque las continuidades requieren un análisis crítico actualizado. El integracionismo republicano en vez de negar, supera; en vez de disociar, integra.
Merece suma atención el análisis de las características adjudicadas por Brienza a las dos líneas. El relator no evita la confección de un “damero esquemático e inamovible” por el uso dicotómico que exterioriza en la caracterización de los procesos contemporáneos. La “tradición nacional” (nacionalismo popular) ¿es colectivista? Nos cuesta comprender qué quiere expresar Brienza otorgándole al nacionalismo popular esta particularidad. Quizá busque algún subterfugio que le permita dibujar el carácter confiscador del kirchnerismo, otra vuelta de tuerca al Relato. El colectivismo es una cualidad del comunismo. Es decir, es una cosmovisión totalitaria que le otorga una centralidad excluyente al Estado.
Sin embargo, intuimos que Brienza lo hace para congraciarse con la reiterada frase de Germán Oesterheld: “el héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ´en grupo´, nunca el héroe individual, el héroe solo” (16).
¿Cuál sería ese grupo humano? ¿El pueblo? ¿Y quién define qué es el pueblo? El populismo pretende monopolizar la encarnación del pueblo desde el Estado “presente”. ¿El pueblo es el Estado? Negativo, nos corregiría el populismo, el Estado representa los auténticos intereses del pueblo. El “héroe colectivo” se colectiviza al quedar en manos del “Estado nacional, popular y democrático”. Terrible. “La persona queda totalmente en manos del Estado. No tiene suficiente margen de libertad económica y queda dependiendo del Estado en una parte muy importante del hombre, que es el estómago. No tiene suficiente margen cultural, como muestra la experiencia de todas las sociedades socialistas marxistas, porque toda la cultura está dogmáticamente dirigida y restringida por el Estado. No tiene margen político. Todo esto es contra la esencia de la persona humana, contra su núcleo central, la in-sistencia. El hombre no actúa desde dentro, sino desde afuera, con autodecisión muy restringida” (17).
El colectivismo, por tanto, invalida la república y la democracia. Es el individuo sometido. Ni qué decir del criollismo tan respetuoso de la libertad individual. Hernández en el Martín Fierro poetiza el personalismo gaucho. El gaucho es un ser libre, que desea el bien general, pero desde el respeto a la individualidad que se fragua en la familia (“debe el gaucho tener casa/ Iglesia, escuela y derechos”). A Hernández le repugnaban los atropellos a las libertades individuales y era un conspicuo batallador por la eliminación del centralismo porteño. En los Consejos a sus hijos (18), expresa Fierro acerca del respeto al paisano individual:
Su esperanza no la cifren
Nunca en corazón alguno:
En el mayor infortunio
Pongan su esperanza en Dios;
De los hombres, solo en uno,
Con gran precaución en dos.
(…)
Para vencer un peligro,
Salvar de cualquier abismo,
Por esperencia lo afirmo:
Más que el sable y que la lanza
Suele servir la confianza
Que el hombre tiene en sí mismo.
Respecto de la “tradición anglo-francesa” Brienza afirma que se caracteriza por “su evangelización civilizatoria”. Es un oxímoron. La civilización era el objetivo liberal por antonomasia. La evangelización, en cambio, es patrimonio acumulativo de la tendencia hispano-criolla que ha sido elemento de formación de las corrientes nacionalistas antiliberales. La religión católica es una marca de la “tradición nacional”, no de la liberal, aunque los liberales pioneros de la institucionalización republicana nunca fueron anticatólicos (el artículo 2 de la Constitución lo corrobora).
Respecto a la “apelación al individualismo” es una acusación real, pero el individualismo liberal denota una defensa del ciudadano ante la opresión estatal o la tiranía de las mayorías, distante del sentido insolidario que pretende enrostrarle Brienza para ponerlo en la mira del fusil ideológico de El Eternauta y descerrajarle una balacera contrafáctica. El liberalismo ha evolucionado y su lucha por el reconocimiento de derechos desmiente a sus impugnadores a la violeta. La Argentina de 2012 requiere respeto a la libertad individual y no prepotencia colectivista enmascarada. El kirchnerismo se llena la boca hablando del pueblo y los resultados están a la vista: la nueva oligarquía nac&pop de Puerto Madero (de ahí nuestra calificación de populismo oligárquico).
“La proclividad a las interrupciones institucionales” es una verdad a medias. Los golpes del 30, 55, 62, 66 y 76 no tuvieron un solo protagonista liberal conservador. De ningún modo podemos reducir al golpismo cívico-militar a una representatividad política uniforme. Rodolfo Walsh fue contundente en un documento crítico dirigido a la Conducción Montonera: “nosotros dijimos en 1974, cuando murió Perón, que queríamos el golpe para evitar la fractura del pueblo, y en 1975 que las armas principales del enfrentamiento serian las militares. Hay que ir a fondo, porque si no, no sirve” (19).
En el golpismo cívico-militar siempre coadyuvaron partidos, factores de poder y grupos de presión variopintos. Simplificar y reducir el golpismo a una sola fracción de la representatividad política es una elegante manera de exculpar a los responsables de las fracturas institucionales que ulteriormente medraron en democracia. El canciller Héctor Timerman fue golpista con su diario La Tarde. La ministra de Seguridad Nilda, Garré desde su banca de diputada antiverticalista. Alicia Kirchner fue funcionaria de las intervenciones militares santacruceñas. Néstor Kirchner hizo jugosos negocios aprovechando la circular 1050 de Martínez de Hoz mientras miles de ciudadanos perecían en las mazmorras dictatoriales. Codicia que no disminuyó al ocupar la Presidencia. Con una mano bajaba el cuadro de Videla y con la otra llenaba la bolsa… Etcétera.
Finalmente, aducir que la tradición liberal conservadora es adepta al formalismo democrático es otra manera elegante de desgastar los argumentos proclives a la impugnación del populismo. Reclamar el cumplimiento de la Constitución o el respeto a la institucionalidad republicana, es para los kirchneristas “enunciar valores formalistas democráticos”. He ahí la clave de por qué el neorrevisionista Brienza bastardea la Historia. Nada es inocente, mucho menos causal.
4. El turno de Berlin
Después de las referencias al liberalismo conservador y al nacionalismo popular, en su afán por unir piezas del puzle ideológico imaginario, Brienza se lo carga a Berlin. Veamos.
Dice Brienza: Berlin habla de dos tipos de concepciones filosóficas en la historia de las ideas de la humanidad: el monismo y el pluralismo. El primero, como se sabe, es la construcción de una única escala de valores basada en una única naturaleza humana, una sola racionalidad y un solo progreso. Esta idea moderna y prerromántica –en baja estima en la actualidad– supone que hay una sola forma de comprender al hombre. El segundo se basa sobre la posibilidad de que exista más de una escala de valores –sin alcanzar el relativismo absoluto–, más de una idea de felicidad humana, y duda de la racionalidad como único fundamento de acción política y de la existencia de una línea de progreso sin historicidades ni particularidades culturales.
Creemos demasiado temerario de parte de Brienza recurrir a Berlin, teórico liberal de fuste, y a sus categorías de análisis para justificar al kirchnerismo que se halla involucrado en una cruzada antiliberal avasallante, y a destruir a sus opositores usufructuando los aparatos del Estado. Imposible no coincidir con el rechazo a concepciones excluyentes y totalitarias. Imposible no reivindicar el pluralismo, la diversidad de miradas. Por supuesto que deben respetarse las particularidades de los pueblos mientras se respeten las individualidades de las personas porque ésta no es posible sin aquélla.
Pero la duda de Berlin respecto de la racionalidad “como único fundamento de acción política” merece una breve digresión. Berlin discierne que la racionalidad en Occidente ha instado a la emergencia de ideologías deterministas y que los profetas de la inevitabilidad histórica enajenaron a los “revolucionarios” volviéndolos fanáticos. Los fanatismos, portadores del dogma a imponer a sangre y fuego, han provocado los grandes horrores de la historia (20).
Las ideologías deterministas dividen a los hombres entre réprobos y elegidos, y los réprobos deberán ser eliminados porque retrasan la llegada del paraíso en la Tierra (llámese sociedad comunista, Tercer Reich o progreso indefinido). Recuérdese que en combinación Stalin, Hitler y Mao asesinaron a unos cien millones de personas. Por eso Berlin concluye que la Ilustración occidental es monista, de ella nacieron las ideologías más nefastas para la Humanidad. Cualquier ideología es monista.
En 1992 Berlin expresó: “El problema con las ideologías es que lo justifican todo; puedes cometer todo tipo de crímenes. Si la ideología lo ordena, dejan de ser crímenes: así piensas cuando crees en una ideología. Lo que normalmente sería una conducta criminal ya no lo es si la ideología lo requiere, y esto es un factor terrible” (21).
La reflexión de Berlin, ¿hará reflexionar a Brienza? ¿Acaso el kirchnerismo no justifica de modo brutal, en nombre del “proyecto nacional, popular y democrático”, hasta las conductas más aberrantes de sus funcionarios imputados en escándalos por corrupción? El kirchnerismo es la justificación permanente de sus propios horrores.
Dice Brienza: “(…) El liberalismo monista es heredero de un pensamiento romántico sin romanticismo. Porque la generación intelectual de 1837 –que marcó la cancha cultural en la Argentina– imitó la literatura europea, pero en lo substancial no significó un quiebre con la racionalidad occidental, como lo marca Berlin (…)”
Nuevamente el autor busca anclaje teórico en la Historia, en la Generación del 37. Compartimos, como hemos explicado, que el pensamiento liberal fue excluyente, error conceptual que se ha visto reiterado en el revisionismo. Ambos son monistas –en la acepción de Berlin- y niegan cualquier posibilidad de síntesis integradora, adecuando a sus concepciones hechos y personajes en circunstancias forzadas por la posición a priori que desemboca en fanatismo. ¿O no es fanatismo el endiosamiento de Rosas, de Rivadavia o de Evita? La irracionalidad del fanatismo nunca lleva a puerto seguro.
Dice Brienza: “Mientras el LC es monista, el nacionalismo popular se ve obligado, al menos a ser dualista, cuando no pluralista como aglutinador del resto de la Otredad”.
Es insistente el intento de Brienza por adosarle al liberalismo conservador la exclusividad de su vocación monista. Falso. El nacionalismo popular –repetimos- es también monista y abona el terreno de las concepciones binarias. Tratar de darle un barniz pluralista al kirchnerismo es un esfuerzo vano. Nadie en su sano juicio entiende el kirchnerismo como una expresión pluralista. Sus actitudes intolerantes, el desprecio al que piensa distinto y las persecuciones por cadena nacional a quienes osan proclamar su pensamiento crítico, son algunas de sus notas autoritarias. Un partido de Estado que pretende eternizarse en el poder, que se propone liquidar la alternancia, que detenta más rasgos fascistas que democráticos (22), ¿es pluralista? ¿Dónde queda entonces el pluralismo? Lejos, muy lejos del kirchnerismo, una variante, según Brienza, del nacionalismo popular.
Asimismo, reconocer al otro como enemigo no es ninguna gracia. Más bien es una desgracia que renueva antinomias fratricidas. La Otredad es hermandad, y si el Otro apuesta al dualismo, a la exigencia de dos para excluir y hacer de la confrontación permanente una forma de gobierno o un estilo de vida, ¿para qué responderle con la ley del Talión? Quizá suene a ingenuidad, a poner la otra mejilla. Sin embargo, la búsqueda de una síntesis integradora republicana es tarea loable y posible, nada de entelequias, o de soberbia utópica. Es un recurso fraterno, de encuentro, de convivencia legítimamente democrática. Es un imperativo ético. Es luchar por lo que falta hacer y no por lo que se hizo. Mucho más constructivo que cualquier experiencia maniquea. “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino” (23).
Falta la frutilla del postre. Dice Brienza: “Un último punto a pensar y reflexionar es el de la política en la escuela. Mientras el monismo piensa que sólo se forma ciudadanía a través del colegio, el dualismo o el pluralismo no duda en saber que la política se enseña haciendo política. El "0800-denuncie los subversivos al PRO" o el "0800-¿sabe lo que está haciendo su hijo en este momento?" no es otra cosa que la emergencia de la No-Política como forma de acción política”.
Otra vez, por la espalda, Brienza clava el puñal ideológico. Típica operación de hacer pasar gato por liebre: “el dualismo o el pluralismo…” escribe como al pasar. El dualismo necesita del opuesto (el enemigo) que le da razón existencial. Y en la lógica dialéctica, confrontan. No porque esa sea la esencia de la política –siempre habrá conflictos y lucha de intereses contrapuestos- sino porque el kirchnerismo saca provecho y legitima el Relato mediante la imposición permanente de la dicotomía amigo/enemigo. El amigo son ellos y sus aliados de caja. El enemigo somos todos los disidentes.
¿Y qué respondemos ante las paranoicas acusaciones contra el PRO? En el Mayo Francés los estudiantes impulsaban “la imaginación al poder”. Los kirchneristas, “la paranoia al poder”. Hay que estar muy alucinados para poner a La Cámpora (victimizándola) en el lugar de “los subversivos” reprimidos por la dictadura y al PRO (execrándolo) en el sitial de los represores. Esta acusación traspasa los límites de la falsedad. Es un ejercicio de mala leche. Una mentira adrede. Como convertir al adoctrinamiento partidista estatal (los famosos talleres de La Cámpora son un plan de la Jefatura de Gabinete) en militancia juvenil. O denostar a las autoridades de la Ciudad con parodias docentes en horas de clase y luego salir a defender “el pensamiento distinto y la democracia” por las justas sanciones recibidas. Así corre peligro el sentido común, manoseado con obscenidad por los relatores del Relato.
En la Provincia de Buenos Aires, desoyendo el repudio social, La Cámpora prosigue con sus talleres de adoctrinamiento en los colegios, exhibiendo sus estandartes, a pesar de que el artículo 193 del decreto 2299/11 estableció que está prohibida "la colocación de símbolos religiosos o de partidos políticos, en el ámbito de los edificios escolares, excepción hecha de las escuelas de gestión privada confesionales con relación a los símbolos religiosos".
Por su parte, el Gobierno de la Ciudad se ha plantado cumpliendo con el estatuto docente, la Ley de Educación Pública y el papel que le corresponde al Estado en la defensa y promoción de los valores democráticos. Mauricio Macri le ha puesto un límite al avance autoritario del “vamos por todos” que busca violentar los derechos de los niños con manipulaciones partidistas. Paradójicamente, la progresía, ajena a la realidad, redobla la propaganda a favor de derechos que sus mismos incondicionales se encargan de destruir.
El 50% de los chicos no termina el secundario. Un problema sustancial ignorado por La Cámpora y el Gobierno. La respuesta “política” que ofrecen (multiplicada por los corifeos de la revolución fantástica) es bajar la edad de votación a los 16 años. En vez de proponer una Educación Pública de calidad para solucionar el problema de la pobreza, les quieren llevar a los jóvenes una boleta de Cristina.
5. A modo de colofón
El kirchnerismo es una revalidación del populismo oligárquico. Exhibe una acendrada desfachatez por colonizar agencias estatales y agrandar el gobierno a costa de la cooptación de los recursos públicos. Contemplando las lecciones de la Historia, observamos estupefactos la reedición de lo peor del primer peronismo en lo concerniente al atropello a las libertades individuales, la representatividad pluralista, la propiedad privada y la normativa constitucional. Asimismo destacamos la propensión kirchnerista de auparse en la simbología, liturgia e identidad peronistas en su condición de movimiento histórico y no en términos doctrinarios. Es decir, que el kirchnerismo reivindica al peronismo como exponente empírico de la política local, pero impugna su magisterio doctrinal como así también la ruptura superadora del tercer Perón que modificó la dialéctica peronismo-antiperonismo, vaciándola de contenido dicotómico. Al “5 x 1” de 1955 lo reemplazó por el abrazo con Ricardo Balbín y los demás líderes democráticos. Los “enemigos” (gorilas) dieciocho años después pasaban a ser adversarios circunstanciales y amigos en la Unidad Nacional.
Con el kirchnerismo, ciego a esa experiencia de diálogo y consenso que trastocó las lecturas unilaterales de la política y la Historia, tampoco son los trabajadores la columna vertebral del justicialismo, sino los jóvenes rentados, La Cámpora. La locura guerrillera de los 70 intentó ese reemplazo a través de la lucha armada sumiendo a la Patria en un baño de sangre y obsequiándole pretextos al terrorismo de Estado que, alzando la bandera antisubversiva, obtuvo bases sociales operativas, consolidó el subdesarrollo, violó los derechos humanos y pisoteó la Constitución. La lección no fue comprendida ayer, y el error es restaurado hoy con aires de épica suicida. Instamos, por tanto, debatir un proyecto de país desde la perspectiva de la Integración Republicana (24), novedad ignorada por Brienza y los relatores del Relato, quienes promueven el estancamiento militante mirando todo el tiempo hacia atrás como la mujer de Lot.
Estatuas de sal.
Notas
1. Denominamos de este modo a la fórmula superadora de la vieja dicotomía línea nacional/línea liberal, o como la llama Brienza: liberalismo conservador/nacionalismo popular. Con distintos ropajes el kirchnerismo ha exhumado el método revisionista devenido en neorrevisionismo que innova poco y refrita mucho. El aporte del revisionismo histórico ha sido fundamental. Hemos conocido documentos desechados por la historiografía liberal para imponer una mirada parcial y excluyente de los acontecimientos y de sus protagonistas. Pero ambas escuelas cometieron el error que mutuamente se reprochaban: por pretender hegemonizar la verdad histórica, terminaron cayendo en el pensamiento binario, divinizando una galería de elegidos, sean bárbaros o civilizados, haciendo una política de la Historia. Sin embargo, una pléyade de historiadores sin embanderarse en la dialéctica antigua (Enrique de Gandía, Luis Alberto Romero, Carlos Floria, Lucía Gálvez, Ezequiel Gallo, Tulio Halperín Donghi, entre otros) con métodos académicos eficaces y miradas disímiles han contribuido a llevar luz donde había sombras, rigor epistemológico donde había amateurismo, hermenéutica desapasionada donde había opinión partidista, abriendo así perspectivas tolerantes y comprensivas, capaces de estimular la unidad en la diversidad, y no la intolerancia para la uniformidad que conlleva a posiciones totalitarias. Nuestra contribución no es ningún punto de llegada. La Integración Republicana invita a reflexionar la Política con apertura y autocrítica como lo hicieron Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio, Vicente solano Lima, Ricardo Balbín y el último Perón. Paralelo a ello incorporamos las novedades del republicanismo contemporáneo a nuestro marco teórico. Lo que nos permite acceder a una combinación de valores y principios que, amalgamados en una iniciativa creadora, comienza a erigirse en alternativa no socialista al capitalismo neoliberal.
2. Véase sobre este punto Fermín Chávez, Introducción en Juan Domingo Perón, El Proyecto Nacional – Mi testamento Político, Buenos Aires, El Cid Editor, 1981, pp. 11-12; José María Rosa, Estudios Revisionistas, Buenos Aires, Editorial Sudestada, 1967, pp. 36-39.
3. Rogelio Frigerio, Historia y Política, Buenos Aires, Ediciones Concordia, 1963, pp. 16-17.
4. Véase Néstor Tomás Auza, Católicos y liberales en la Generación del Ochenta, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1981; Lucía Gálvez, ¿Cómo Dios Manda?, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2006, pp.217-227; Eduardo María Taussig, Ley 1420 y libertad de conciencia, Buenos Aires, Ágape, 2006; Juan Carlos Zuretti, Nueva Historia Eclesiástica Argentina (Del Concilio de Trento al Vaticano Segundo), Buenos Aires, Itinerarium, 1972, pp.325-330.
5. Taussig, op.cit., pp.14-15.
6. Véase obre este punto Arturo Jauretche, Política Nacional y Revisionismo Histórico, Buenos Aires, Peña Lillo, Sexta edición, 1982.
7. Juan Bautista Alberdi, Grandes y Pequeños Hombres del Plata, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1974.
8. Tulio Halperín Donghi, Una Nación para el Desierto Argentino, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992.
9. Marcos Merchensky, Las Corrientes Ideológicas en la Historia Argentina, Buenos Aires, Hachette, 1985, p. 70.
10. Frigerio, op.cit., p. 17.
11. Emilio Hardoy, Qué son los Conservadores en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1983, p. 37.
12. Miguel Bonasso, El Presidente que no fue – Los archivos ocultos del peronismo, Buenos Aires, Planeta, 1997, p. 336.
13. Juan Bautista Alberdi, Recuerdos de Viaje y otras páginas, Buenos Aires, EUDEBA, 1962, 92-94.
14. Véase sobre este punto Juan Bautista Alberdi, La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual, Buenos Aires, Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1974.
15. Mario “Pacho” O´Donnell, El Gran Transformador en Carlos Saúl Menem, Universos de mi Tiempo – Un testimonio personal, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999, p. 20.
16. Germán Oesterheld, El Eternauta, Buenos Aires, La Biblioteca Argentina (Clarín), 2000, p. 13.
17. Ismael Quiles, Persona y sociedad, hoy, Buenos Aires, EUDEBA, 1970, pp. 62-63.
18. José Hernández, El Gaucho Martín Fierro, Buenos Aires, Editorial Ciordía, 1976, pp. 234-236
19. Rodolfo Walsh, Observaciones sobre el documento del Consejo de Montoneros del 11/11/76, 23 de noviembre de 1976, Equipo de Investigaciones Rodolfo Walsh www.rodolfowalsh.org
20. Véase sobre este punto Elena García Guitián, La Crítica a la Tradición Monista Occidental desde el Pluralismo de Isaiah Berlin en Cuadernos sobre Vico 21-22, 2008, pp. 201-218.
21. Reportaje de Juan Cruz a Isaiah Berlin en El País (España), 9 de mayo de 1992.
22. Equipo de Estudios Políticos y Sociales de La Solano Lima, Los Rasgos Fascistas del Kirchnerismo http://lasolanolimapro.blogspot.com.ar/2012/08/rasgos-fascistas-del-kirchnerismo.html
23. Véase sobre este punto Enrique Pavón Pereyra, Perón-Balbín – Patética Amistad, Buenos Aires, Editorial Albenda, 1985.
24. Véase Natalio Botana El debate contemporáneo acerca del republicanismo en Poder y Hegemonía – El régimen político después de la crisis, Buenos Aires, Emecé, 2006, pp. 219-234.
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