¿Quién es el “perro” Verbitsky?
Por Agustín Laje (*)
Probablemente le resulte familiar el nombre de Horacio Verbitsky. Quizás lo tenga por su rol de director del diario ultrakirchnerista Página 12; quizás por presidir desde el año 2000 hasta la fecha el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) financiado por la Fundación Ford; quizás por su veintena de libros publicados; quizás por ser considerado por muchos analistas políticos como la verdadera cabeza detrás del kirchnerismo; o quizás, posiblemente, por el reciente dictamen de la Sala I de la Cámara Nacional de Casación Penal que absolvió a Verbitsky por un atentado ocurrido en 1976 en el que murieron 23 personas, cuando éste integraba el área de inteligencia de la organización terrorista Montoneros, autora del operativo de marras.
¿Pero quién es en concreto este personaje de oscuro pasado y protagónico presente, formador de opinión pública e ingeniero ideológico del kirchnerismo?
Horacio Verbitsky es periodista de profesión. Sus primeros trabajos periodísticos, empero, distan de manera significativa de su actual discurso pretendidamente democrático. En efecto, tal como denunció en Ambito Financiero (23/7/98) Fernando Nadra, Verbitsky “ascendió de redactor a Jefe de Redacción de ‘Confirmado’, cargo que ocupaba cuando la revista contribuyó abiertamente al derrocamiento del presidente Arturo Illia en 1966”. Al año siguiente, otro de los primeros trabajos de los que quedan registro fue nada menos que una participación como columnista de la revista La Hipotenusa, dependiente de la Secretaría General de la Presidencia del gobierno de facto del General Onganía. Eran tiempos en los que el hoy ilustre periodista de Página 12 percibía sus haberes de la “Revolución Argentina”.(1)
El joven Verbitsky tuvo sus primeros contactos con la política de la mano de su padre Bernardo, quien lo inició en sus relaciones con el Partido Comunista Argentino (PCA). Ni lento ni perezoso, no obstante, Horacio fue girando hacia posiciones trotskistas para finalmente incorporarse en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) a principios de 1970, junto al escritor Rodolfo Walsh, con quien entablaría una fuerte amistad y admiración intelectual.(2)
En el período en el que Verbitsky y Walsh integraron las FAP, numerosos atentados fueron perpetrados por esta organización en el país. A modo de ejemplo, el 29 de septiembre de 1970 se asaltó al Banco Alemán Trasatlántico de El Palomar, donde se robaron 15 millones de pesos; el 30 de septiembre de ese mismo año se atentó con bomba en la secretaría de Vivienda de la Nación; el 22 de enero de 1971 se robaron 5 millones de pesos del Banco de Galicia, sucursal Bánfield, asesinando un policía en el atraco; el 29 de julio de ese año se ultimó en Córdoba al mayor Julio Sanmartino; el 22 de enero de 1973 se acabó con la vida de los sindicalistas Julián Moreno y Leopoldo Deheza, en Lanús, entre otras muchas acciones guerrilleras a la sazón ejecutadas por esta organización armada.
No deja de ser una curiosidad advertir que Verbitsky, al tiempo que engrosaba este tipo de grupos, trabajaba en el hoy tan detestado diario Clarín. Lo cierto es que su matrimonio con Laura Sofovich, hija de Bernardo Sofovich, secretario de comercialización del matutino, le abriría las puertas a un trabajo que ocuparía hasta 1973. Como dato de color, cabe rememorar que en septiembre de 1973 Sofovich será secuestrado por organizaciones terroristas subversivas que le obligarán a publicar solicitadas revolucionarias en Clarín.
A principios de 1973 tanto Walsh como Verbitsky pasaron a integrar la banda Montoneros, que ya se había consolidado como la organización armada de mayor relevancia de (supuesto) signo peronista y venía absorbiendo a las demás. Pronto serían designados, con alto rango en la jerarquía militar guerrillera, en una de las áreas más importantes de la organización: el área de inteligencia.
Explica el periodista Carlos Manuel Acuña que la función de inteligencia comprendía tareas específicas como “detectar aquellas personas pasibles de ser secuestradas y con capacidad de pago; el desarrollo de una política de intimidaciones sobre personas, grupos, sectores o empresas; sobornos y chantajes; estudios y análisis previos al cometido de asesinatos para establecer los réditos políticos; similares tareas para realizar atentados de todo tipo y finalmente, la evaluación y obtención de informaciones destinadas a establecer la viabilidad de ataques y copamientos y la oportunidad de realizarlos”.(3)
Poco después del famoso secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born en 1974, por el que Montoneros recibió la suma de 60 millones de dólares, Horacio Verbitsky, cuyo nombre de guerra ya era “el perro”, habría sido el responsable de organizar el traslado del dinero hacia Cuba en tandas de 5 millones de dólares. El fiscal Juan Martín Romero Victorica tomó en su momento el caso.
Existen varios atentados montoneros en los que según variadas fuentes Verbitsky habría tenido participación intelectual o, inclusive, como jefe de operaciones. Uno de ellos ocurrió el 15 de marzo de 1976, cuando un explosivo detonó en la playa del Edificio Libertador, provocando la muerte de Blas García e hiriendo a 17 militares y 6 civiles. Los ex montoneros Rodolfo Galimberti y Juan Daniel Sverko aseguraron ante la Justicia que el hoy ultrakirchnerista Horacio Verbitsky había sido el conductor del operativo en cuestión.
El otro atentado de magnitud que involucra a Verbitsky es el que acaba de ser considerado prescripto por la Cámara Nacional de Casación Penal, cometido el 2 de julio de 1976 por José María Salgado, un montonero que había sido dado de baja de la Policía pero conservaba la placa. Así pues, aquel día se infiltró uniformado en el comedor de la Superintendencia de Coordinación Federal y dejó un artefacto compuesto por 9 kg de trotyl y 5 kg de bolas de acero tapado con su sobretodo, que en menos de veinte minutos provocaría la muerte de 23 personas y 66 heridos tras volar el lugar en mil pedazos. Rodolfo Walsh había sido la mente maestra detrás del plan, y Verbitsky habría tenido también participación desde el área de inteligencia en el atentado de mayor magnitud de la historia argentina después del de la AMIA.
En el año 1977 Horacio Verbitsky se alejó de Montoneros para acercarse, tal lo aseguran algunas fuentes como el ya citado Fernando Nadra, a las propias Fuerzas Armadas. Una prueba fulminante en este sentido es su colaboración en el libro “El poder aéreo de los argentinos”, que editó el Círculo de la Fuerza Aérea en 1979. Escrito por el comodoro (R) Juan José Güiraldes, el nombre del ex montonero ilustra la primera página de la obra en donde se le agradece su aporte.
Muchos son los ex guerrilleros que señalan a Verbitsky como un traidor o “doble agente”. Indican, en efecto, que sobre 62 integrantes conocidos que pasaron por el área de inteligencia montonera, el único que sobrevivió y ni siquiera resultó detenido, es llamativamente Horacio Verbitsky, el mismo que trabajaba para Cuestionario, para el medio de Onganía La Hipotenusa, y finalmente colaboraba en una publicación de la Fuerza Aérea. Algunos cuantos años más tarde desde Página 12 se convertirá en el periodista predilecto de Néstor Kirchner y, poco después, de su esposa.
Adentrarnos en el pasado de ciertos personajes que hoy mueven los hilos del poder político en la Argentina, como es el caso de Verbitsky, contribuye a una compresión más ajustada de la aveces desconcertante dinámica del presente. Permite ver de dónde vienen, y hacia donde van tales personajes; y, por añadidura, de dónde viene y hacia dónde va nuestro país.
El perro Verbitsky ha pretendido darnos a todos los argentinos lecciones de memoria y Derechos Humanos durante mucho tiempo ya; pues redoblemos su apuesta y exijamos memoria, pero completa e imparcial; Derechos Humanos, pero sin anteojeras ideológicas ni intereses políticos.
(*) Tiene 23 años y es autor del libro “Los mitos setentistas”.
www.agustinlaje.com.ar | agustin_laje@hotmail.com | @agustinlaje
Notas:
(1) Acuña, Carlos Manuel. Verbitsky. De La Habana a la Fundación Ford. Buenos Aires, Ediciones del Pórtico, 2003, p. 150.
(2) Ídem, p. 148.
(3) Ídem, p. 143.
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