POR JORGE URIEN BERRI / LA NACIÓN
¿Stiuso con una ese o con dos? ¿Un apellido verdadero o falso? ¿Un espía poderoso por haberse adueñado de los secretos de sucesivas dirigencias de todo tipo o una cómoda e interesada exageración que ahora podemos convertir en monstruo porque así lo exige la necesidad política y social del momento?
Cuando Antonio Horacio Stiuso vaya a declarar, podría dictarle al secretario de la fiscalía, si quisiera, la historia secreta de la Argentina de los últimos veinte años. Claro que, salvo a los amantes de la verdad, a pocos les gustaría el relato, y muchos se consolarían recordando que se trata de un espía y que los espías mechan verdad y mentira en dosis que sólo ellos conocen.
Stiuso podría contar los servicios que le pidieron desde la Casa Rosada y su colaboración con la CIA, el FBI y el Mossad israelí. Podría recitar la lista de periodistas a sueldo de la ex SIDE y la nómina de abogados que cobraban en ese organismo por defender a importantes acusados en los escándalos del menemismo. Podría contar hasta dónde llegaba y dónde terminaba la voluntad de varios jueces y fiscales federales cuando escuchaban sus pasos por los pasillos de los tribunales de Comodoro Py. Podría contar cómo abrazaba sin pudor a algún juez federal en las narices de alguien a quien él, Stiuso, había denunciado penalmente. Podría contar quién era, en realidad, el fiscal Alberto Nisman, y si era Nisman o él quien ejercía la conducción de la causa AMIA.
Tal vez hasta podría contar la verdadera historia del atentado a la mutual judía y explicar por qué, si los responsables que imputó Nisman son iraníes, se montó en la Argentina un descomunal encubrimiento horas después del estallido del 18 de julio de 1994, un encubrimiento por el que están acusados los primeros investigadores de la causa. También podría contar por qué las importantes pistas que, además de conducir a Teherán, conducen a Buenos Aires, se extirpaban del expediente principal para alojarlas en los centenares de legajos paralelos.
Necesitamos demonios y santos y a ambos los fabricamos sin querer saber de qué fibra están hechos. Se ha convertido en mártir a Nisman y en demonio a Stiuso. Claro que no lo son, pero nos conviene creerlo, aunque se sumen los testimonios que muestran a un fiscal dependiente de Stiuso y casi hipnotizado por el espía.
Pero si Nisman era casi una construcción de Stiuso, Stiuso también era una paulatina pero incesante construcción de los gobernantes que lo usaron en su beneficio y que al hacerlo lo dotaban de más poder: el que otorga conocer los secretos de los poderosos. Tanto poder le dio autonomía y el Gobierno lo jubiló. Fue un golpe muy fuerte para Nisman, cuyo poder emanaba de Stiuso. Nisman sabía que correría una suerte parecida y así se lo dijo a Fernando Oz, según narró el periodista de Perfil. Luego, el fiscal denunció al Gobierno y, tras su muerte, el Gobierno alentó fuertes sospechas sobre el eventual papel de Stiuso en el caso.
El hombre de los secretos será lo que queramos y lo que necesitemos que sea para no asumir que siempre supimos y toleramos que una porción de nuestra historia y de las sentencias judiciales -y más de una nota periodística- se escribían o dictaban en la ex SIDE..p< co con una ese o con dos? ¿Un apellido verdadero o falso? ¿Un espía poderoso por haberse adueñado de los secretos de sucesivas dirigencias de todo tipo o una cómoda e interesada exageración que ahora podemos convertir en monstruo porque así lo exige la necesidad política y social del momento?
Cuando Antonio Horacio Stiuso vaya a declarar, podría dictarle al secretario de la fiscalía, si quisiera, la historia secreta de la Argentina de los últimos veinte años. Claro que, salvo a los amantes de la verdad, a pocos les gustaría el relato, y muchos se consolarían recordando que se trata de un espía y que los espías mechan verdad y mentira en dosis que sólo ellos conocen.
Stiuso podría contar los servicios que le pidieron desde la Casa Rosada y su colaboración con la CIA, el FBI y el Mossad israelí. Podría recitar la lista de periodistas a sueldo de la ex SIDE y la nómina de abogados que cobraban en ese organismo por defender a importantes acusados en los escándalos del menemismo. Podría contar hasta dónde llegaba y dónde terminaba la voluntad de varios jueces y fiscales federales cuando escuchaban sus pasos por los pasillos de los tribunales de Comodoro Py. Podría contar cómo abrazaba sin pudor a algún juez federal en las narices de alguien a quien él, Stiuso, había denunciado penalmente. Podría contar quién era, en realidad, el fiscal Alberto Nisman, y si era Nisman o él quien ejercía la conducción de la causa AMIA.
Tal vez hasta podría contar la verdadera historia del atentado a la mutual judía y explicar por qué, si los responsables que imputó Nisman son iraníes, se montó en la Argentina un descomunal encubrimiento horas después del estallido del 18 de julio de 1994, un encubrimiento por el que están acusados los primeros investigadores de la causa. También podría contar por qué las importantes pistas que, además de conducir a Teherán, conducen a Buenos Aires, se extirpaban del expediente principal para alojarlas en los centenares de legajos paralelos.
Necesitamos demonios y santos y a ambos los fabricamos sin querer saber de qué fibra están hechos. Se ha convertido en mártir a Nisman y en demonio a Stiuso. Claro que no lo son, pero nos conviene creerlo, aunque se sumen los testimonios que muestran a un fiscal dependiente de Stiuso y casi hipnotizado por el espía.
Pero si Nisman era casi una construcción de Stiuso, Stiuso también era una paulatina pero incesante construcción de los gobernantes que lo usaron en su beneficio y que al hacerlo lo dotaban de más poder: el que otorga conocer los secretos de los poderosos. Tanto poder le dio autonomía y el Gobierno lo jubiló. Fue un golpe muy fuerte para Nisman, cuyo poder emanaba de Stiuso. Nisman sabía que correría una suerte parecida y así se lo dijo a Fernando Oz, según narró el periodista de Perfil. Luego, el fiscal denunció al Gobierno y, tras su muerte, el Gobierno alentó fuertes sospechas sobre el eventual papel de Stiuso en el caso.
El hombre de los secretos será lo que queramos y lo que necesitemos que sea para no asumir que siempre supimos y toleramos que una porción de nuestra historia y de las sentencias judiciales -y más de una nota periodística- se escribían o dictaban en la ex SIDE..p< co con una ese o con dos? ¿Un apellido verdadero o falso? ¿Un espía poderoso por haberse adueñado de los secretos de sucesivas dirigencias de todo tipo o una cómoda e interesada exageración que ahora podemos convertir en monstruo porque así lo exige la necesidad política y social del momento?
Cuando Antonio Horacio Stiuso vaya a declarar, podría dictarle al secretario de la fiscalía, si quisiera, la historia secreta de la Argentina de los últimos veinte años. Claro que, salvo a los amantes de la verdad, a pocos les gustaría el relato, y muchos se consolarían recordando que se trata de un espía y que los espías mechan verdad y mentira en dosis que sólo ellos conocen.
Stiuso podría contar los servicios que le pidieron desde la Casa Rosada y su colaboración con la CIA, el FBI y el Mossad israelí. Podría recitar la lista de periodistas a sueldo de la ex SIDE y la nómina de abogados que cobraban en ese organismo por defender a importantes acusados en los escándalos del menemismo. Podría contar hasta dónde llegaba y dónde terminaba la voluntad de varios jueces y fiscales federales cuando escuchaban sus pasos por los pasillos de los tribunales de Comodoro Py. Podría contar cómo abrazaba sin pudor a algún juez federal en las narices de alguien a quien él, Stiuso, había denunciado penalmente. Podría contar quién era, en realidad, el fiscal Alberto Nisman, y si era Nisman o él quien ejercía la conducción de la causa AMIA.
Tal vez hasta podría contar la verdadera historia del atentado a la mutual judía y explicar por qué, si los responsables que imputó Nisman son iraníes, se montó en la Argentina un descomunal encubrimiento horas después del estallido del 18 de julio de 1994, un encubrimiento por el que están acusados los primeros investigadores de la causa. También podría contar por qué las importantes pistas que, además de conducir a Teherán, conducen a Buenos Aires, se extirpaban del expediente principal para alojarlas en los centenares de legajos paralelos.
Necesitamos demonios y santos y a ambos los fabricamos sin querer saber de qué fibra están hechos. Se ha convertido en mártir a Nisman y en demonio a Stiuso. Claro que no lo son, pero nos conviene creerlo, aunque se sumen los testimonios que muestran a un fiscal dependiente de Stiuso y casi hipnotizado por el espía.
Pero si Nisman era casi una construcción de Stiuso, Stiuso también era una paulatina pero incesante construcción de los gobernantes que lo usaron en su beneficio y que al hacerlo lo dotaban de más poder: el que otorga conocer los secretos de los poderosos. Tanto poder le dio autonomía y el Gobierno lo jubiló. Fue un golpe muy fuerte para Nisman, cuyo poder emanaba de Stiuso. Nisman sabía que correría una suerte parecida y así se lo dijo a Fernando Oz, según narró el periodista de Perfil. Luego, el fiscal denunció al Gobierno y, tras su muerte, el Gobierno alentó fuertes sospechas sobre el eventual papel de Stiuso en el caso.
El hombre de los secretos será lo que queramos y lo que necesitemos que sea para no asumir que siempre supimos y toleramos que una porción de nuestra historia y de las sentencias judiciales -y más de una nota periodística- se escribían o dictaban en la ex SIDE.
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