Un aplauso para el asador
Por Beatriz Sarlo | Para LA NACION
Hoy cierra esta galería de perfiles políticos. Las elecciones
acontecerán la semana que viene; por lo tanto, descuelgo los retratos y procedo a devolver el local a sus dueños. Los buenos cierres son los que se festejan. Se me había ocurrido un asado. Pero, dadas las circunstancias, abandoné la idea.
Además me di cuenta de que no tenía asador a quien agradecer con el tradicional aplauso. Todos están ocupados en adivinar las claves de la salud presidencial más allá de los boletines médicos. Ocupados en despachar a Boudou a los lugares menos visibles y cortarle todo acceso a la simpática cadena nacional. Ocupados, también, en redefinir las tareas de cierre de campaña y ponerlas más a tono con la necesidad de mantener dos objetivos al mismo tiempo: arrimar unos votos por el influjo de la piedad ante un ser humano enfermo; restarle trascendencia a cualquier enfermedad presidencial. Como sucede con las enfermedades de las celebrities , ambas líneas de acción se contradicen. Incluso algunos audaces e inventivos sueñan con un gran acto de la Presidenta, heroína de tragedia griega, que imaginan dispuesta a todo, incluso al sacrificio de cerrar una campaña electoral con la perspectiva de perder en los comicios. Una carta de Cristina a todos los argentinos y todas las argentinas no estaría mal y sería más descansado.
Los peronistas se han visto ante contradicciones peores. Basta pensar en Daniel Scioli, gran asador, para quien, sean los resultados que sean, muchos del Frente para la Victoria deberían pedir un aplauso. Le han tocado no sólo las últimas semanas de campaña sino también poner la cara la noche del 27 de octubre, rito de fin de fiesta electoral del que la Presidenta, por lo que sabemos hasta ahora, quedaría liberada gracias a su dolencia. Esa noche, no será Insaurralde sino Scioli quien, si quiere tener futuro, deberá actuar en tiempo presente. Parece difícil que la Presidenta sacrifique su salud para ahorrarle a Scioli ese mal momento que ya le estaba destinado antes de que Cristina tuviera que operarse.
No han sido fáciles las cosas para este hombre. El kirchnerismo le obsequió una ininterrumpida ducha de agua hirviendo y agua helada: lo quisieron tener cerca; lo echaron de todos los convites; lo volvieron a llamar; lo retaron frente a los senadores, en la misma cámara que presidía; lo desafiaron en público; lo ningunearon; lo pusieron como candidato testimonial contra su voluntad; lo humillaron; le tiraron por la cabeza el Partido Justicialista después de la derrota del 2009, partido al que Scioli, ahora quiere revivir con respiración boca a boca; le criticaron los amigos y conocidos y le impusieron el vicegobernador; le mandaron jóvenes y viejos a cuestionarlo; lo saludaron con un beso; ni siquiera lo saludaron; lo pasaron por alto y le cortaron los víveres; le giraron una parte del presupuesto cuando el agua le llegaba a la boca y la provincia no pagaba aguinaldos; lo subieron al palco cuando pareció indispensable; lo bajaron de allí cuando se les dio la gana. Scioli asimila cada ofensa como si fuera la medalla de una guerra cuyo desenlace él quizá conozca. O lo ignore y muestre sólo un inquebrantable optimismo.
Cuando Sergio Massa se presentó con el Frente Renovador a competir en la provincia de Buenos Aires, la Presidenta miró las encuestas de popularidad y llamó urgente a La Plata. El razonamiento que precedió a ese llamado puedo imaginarlo: que Scioli nos ayude a pararlo a Massa y, si no le alcanza, que pierda con nosotros. Así lo convirtieron en el padrino de Insaurralde, cuya falta de sustancia es mayor a medida en que va siendo más conocido. La Presidenta se convirtió en su madrina mientras pudo, hasta que se golpeó la cabeza.
Así son las cosas, para el hombre que ha jugado al fútbol con casi todos los justicialistas en su quinta La Ñata, a la que también invitó a Macri. Scioli conoció al peronismo con Menem; luego con Duhalde que se lo endosó a Néstor Kirchner y, finalmente, con Cristina. Tiene un máster de la Universidad de la Matanza en Partido Justicialista y un doctorado en Harvard sobre kirchnerismo. Seguramente tiene otras cualidades que han sido muy comentadas: paciencia, modales mansos y disposición a tragarse las ofensas. Agregaría: astucia. No sé si estas cualidades son suficientes para llegar a presidente de la Argentina. Fueron suficientes para asegurarle la sobrevida hasta hoy.
Cuando, impulsado por su precoz ambición y la del grupo económico que lo rodea, Sergio Massa abandonó el barco, Scioli se ató al mástil. Pensó que abandonarlo era siempre un "antes de tiempo". Si tuvo razón, y finalmente el justicialismo se reagrupa alrededor de la casa de gobierno de La Plata, se dirá que ha tenido el sentido de la oportunidad; que supo correr bien la carrera, aunque diera la impresión de que no aceleró nunca. Si no tuvo razón, se dirá que fue un apocado y un timorato, al que podrá reconocerse el honorable atributo de la lealtad, una virtud admirada incluso por aquellos justicialistas especializados en cambiar de jefe de la noche a la mañana.
La galería de retratos se cierra hoy, porque faltan pocos días para las elecciones. Como en una novela folletinesca y sentimental, al final, la trama dio un giro: la enfermedad de la Presidenta le pone un poco de suspenso a porcentajes que parecían cantados. Hay imprevistos que tocan el corazón de los votantes. Prohibido subir el nivel de las críticas, como si éstas fueran un arma usada contra la Presidenta como persona y no contra una política que no lleva quince días sino años. Todos deseándole lo mejor, lo cual es humanamente adecuado. Scioli, en tanto, estará pensando: "La noche del 27, cuando tengamos los resultados, me va a tocar a mí". Justo a él que estuvo en segunda fila en el festejo de 2011.
© LA NACION
Por Beatriz Sarlo | Para LA NACION
Hoy cierra esta galería de perfiles políticos. Las elecciones
acontecerán la semana que viene; por lo tanto, descuelgo los retratos y procedo a devolver el local a sus dueños. Los buenos cierres son los que se festejan. Se me había ocurrido un asado. Pero, dadas las circunstancias, abandoné la idea.
Además me di cuenta de que no tenía asador a quien agradecer con el tradicional aplauso. Todos están ocupados en adivinar las claves de la salud presidencial más allá de los boletines médicos. Ocupados en despachar a Boudou a los lugares menos visibles y cortarle todo acceso a la simpática cadena nacional. Ocupados, también, en redefinir las tareas de cierre de campaña y ponerlas más a tono con la necesidad de mantener dos objetivos al mismo tiempo: arrimar unos votos por el influjo de la piedad ante un ser humano enfermo; restarle trascendencia a cualquier enfermedad presidencial. Como sucede con las enfermedades de las celebrities , ambas líneas de acción se contradicen. Incluso algunos audaces e inventivos sueñan con un gran acto de la Presidenta, heroína de tragedia griega, que imaginan dispuesta a todo, incluso al sacrificio de cerrar una campaña electoral con la perspectiva de perder en los comicios. Una carta de Cristina a todos los argentinos y todas las argentinas no estaría mal y sería más descansado.
Los peronistas se han visto ante contradicciones peores. Basta pensar en Daniel Scioli, gran asador, para quien, sean los resultados que sean, muchos del Frente para la Victoria deberían pedir un aplauso. Le han tocado no sólo las últimas semanas de campaña sino también poner la cara la noche del 27 de octubre, rito de fin de fiesta electoral del que la Presidenta, por lo que sabemos hasta ahora, quedaría liberada gracias a su dolencia. Esa noche, no será Insaurralde sino Scioli quien, si quiere tener futuro, deberá actuar en tiempo presente. Parece difícil que la Presidenta sacrifique su salud para ahorrarle a Scioli ese mal momento que ya le estaba destinado antes de que Cristina tuviera que operarse.
No han sido fáciles las cosas para este hombre. El kirchnerismo le obsequió una ininterrumpida ducha de agua hirviendo y agua helada: lo quisieron tener cerca; lo echaron de todos los convites; lo volvieron a llamar; lo retaron frente a los senadores, en la misma cámara que presidía; lo desafiaron en público; lo ningunearon; lo pusieron como candidato testimonial contra su voluntad; lo humillaron; le tiraron por la cabeza el Partido Justicialista después de la derrota del 2009, partido al que Scioli, ahora quiere revivir con respiración boca a boca; le criticaron los amigos y conocidos y le impusieron el vicegobernador; le mandaron jóvenes y viejos a cuestionarlo; lo saludaron con un beso; ni siquiera lo saludaron; lo pasaron por alto y le cortaron los víveres; le giraron una parte del presupuesto cuando el agua le llegaba a la boca y la provincia no pagaba aguinaldos; lo subieron al palco cuando pareció indispensable; lo bajaron de allí cuando se les dio la gana. Scioli asimila cada ofensa como si fuera la medalla de una guerra cuyo desenlace él quizá conozca. O lo ignore y muestre sólo un inquebrantable optimismo.
Cuando Sergio Massa se presentó con el Frente Renovador a competir en la provincia de Buenos Aires, la Presidenta miró las encuestas de popularidad y llamó urgente a La Plata. El razonamiento que precedió a ese llamado puedo imaginarlo: que Scioli nos ayude a pararlo a Massa y, si no le alcanza, que pierda con nosotros. Así lo convirtieron en el padrino de Insaurralde, cuya falta de sustancia es mayor a medida en que va siendo más conocido. La Presidenta se convirtió en su madrina mientras pudo, hasta que se golpeó la cabeza.
Así son las cosas, para el hombre que ha jugado al fútbol con casi todos los justicialistas en su quinta La Ñata, a la que también invitó a Macri. Scioli conoció al peronismo con Menem; luego con Duhalde que se lo endosó a Néstor Kirchner y, finalmente, con Cristina. Tiene un máster de la Universidad de la Matanza en Partido Justicialista y un doctorado en Harvard sobre kirchnerismo. Seguramente tiene otras cualidades que han sido muy comentadas: paciencia, modales mansos y disposición a tragarse las ofensas. Agregaría: astucia. No sé si estas cualidades son suficientes para llegar a presidente de la Argentina. Fueron suficientes para asegurarle la sobrevida hasta hoy.
Cuando, impulsado por su precoz ambición y la del grupo económico que lo rodea, Sergio Massa abandonó el barco, Scioli se ató al mástil. Pensó que abandonarlo era siempre un "antes de tiempo". Si tuvo razón, y finalmente el justicialismo se reagrupa alrededor de la casa de gobierno de La Plata, se dirá que ha tenido el sentido de la oportunidad; que supo correr bien la carrera, aunque diera la impresión de que no aceleró nunca. Si no tuvo razón, se dirá que fue un apocado y un timorato, al que podrá reconocerse el honorable atributo de la lealtad, una virtud admirada incluso por aquellos justicialistas especializados en cambiar de jefe de la noche a la mañana.
La galería de retratos se cierra hoy, porque faltan pocos días para las elecciones. Como en una novela folletinesca y sentimental, al final, la trama dio un giro: la enfermedad de la Presidenta le pone un poco de suspenso a porcentajes que parecían cantados. Hay imprevistos que tocan el corazón de los votantes. Prohibido subir el nivel de las críticas, como si éstas fueran un arma usada contra la Presidenta como persona y no contra una política que no lleva quince días sino años. Todos deseándole lo mejor, lo cual es humanamente adecuado. Scioli, en tanto, estará pensando: "La noche del 27, cuando tengamos los resultados, me va a tocar a mí". Justo a él que estuvo en segunda fila en el festejo de 2011.
© LA NACION