viernes, 31 de agosto de 2012

LA HISTORIA NUNCA SE REPITE, PERO TAMPOCO SE BORRA


Fuente: La Fogata Digital

Aprender de los errores
Virginia Giussani'Son nuestros sentimientos los que le dan cierto peso a
nuestros pensamientos y les impiden convertirse en piruetas'

Emile L. Cioran
No viví el traumático 1955, más allá del fortuito hecho de haber nacido en ese año. Tampoco viví la resistencia peronista, ni por edad, ni por herencia genética. Sin embargo, esto no significó evitar la persecución política de mis padres en su carácter de socialistas. Crecí en ese escenario, Alfredo Palacios, John W. Cooke, el Che, la revolución cubana, el surgimiento de la lucha armada. Todos ellos fueron íconos que embebieron mi ser para descubrir, finalmente, la última y única verdad generadora de lucha en distintos frentes: la desigualdad e injusticia humana.
Así llegué a la edad de la razón y la rebeldía. Muchos de los que en 1973 teníamos entre 15 y 20 años, encontramos en el peronismo y, más exactamente en Montoneros, un camino a seguir frente al sueño de un cambio. La realidad nos puso en su peor y más siniestra encrucijada. Aquella de ofrecer nuestra vida para un futuro colectivo más justo, pero también aquella de condenarnos al rincón más oscuro de la historia a partir de los errores y el fracaso.
El crecimiento posterior a esa experiencia me generó profundos dilemas, interrogantes y tormentos que durante años acompañaron mi andar, y no sólo el mío, también el de muchos que se atrevieron a subir al barco de esa aventura. ¿Cómo hacer para deslindar responsabilidades? ¿Cómo hacer para rescatar aquello que tuvo de glorioso y condenar todo lo que tuvo de infame, sin que ambas cualidades se confundan una en la otra generando una lectura amorfa y distante de la realidad?
No fue fácil, y no es fácil. Soy hija de esa lucha, una lucha que dio lo mejor de parte de una generación y recibió el peor cachetazo de la historia. Quizás, el primer paso y más doloroso hacia la comprensión, una vez generada la derrota y la masacre, fue fruto de pequeños e íntimos interrogantes que descorrieron el velo del amor y del espanto. El amor, sin duda estuvo en la lucha misma detrás de una durísima trinchera. El espanto, encontrar detrás de esa generosidad de espíritu también su peor rostro.
Umberto Eco decía: 'El fascismo no es otra cosa que el culto a la muerte'. Bajo el supuesto de una vida futura en felicidad, nosotros celebrábamos la muerte. Extraño antagonismo. Esta frase tan simple y lineal me obligó a enfrentarme a la pregunta crucial y desgarradora. Entonces, ¿éramos fascistas? Si nos ajustamos a la definición de Eco, debo admitir, dolorosamente, que sí. Teníamos actitudes fascistas. Sin duda, las que nos alejaron, irremediablemente, del pueblo. Aún desde los mejores postulados de libertad se pueden cometer los peores errores.
Durante años he sentido culpa por sobrevivir, como tantos otros compañeros, y hasta hoy debo pedir perdón por haber abrazado las ideas montoneras, tan devaluadas en el devenir del tiempo. Y cuando hablo de Montoneros no me refiero a los 2000 ó 3000 combatientes en su mejor época. Me refiero, también y fundamentalmente, a los miles de simpatizantes y adherentes que no figuran en ningún cálculo estadístico (ni siquiera pertenecían a células herméticamente compartimentadas) pero se jugaron la vida en más de una trinchera.
De algo me siento orgullosa. Tanto yo, como muchos de mis amigos y hermanos que cayeron en esa travesía, lo hicimos estando realmente convencidos. Muchos de los que allí estábamos, es cierto, no veníamos de la sufrida y tenaz resistencia peronista, ni siquiera veníamos de la clase obrera. Pero esto no significaba carecer de conciencia de clase, todo lo contrario, nuestra clase era la clase media que sentía náuseas de si misma. A partir de allí muchos renegaron de esta condición privilegiada y bajaron a las catacumbas de los que eran realmente humillados por el sistema. Compartieron sus casas de lata, sus comidas de guiso y sus hijos con mocos, y en el medio se jugaban la vida en operativos militares, que hoy son execrables, pero había que tener huevos y ovarios para atreverse.
Cantidad de rostros, llenos de vida y sueños de compañeros que no están, aún hoy me despiertan por las noches y me dicen: -Nos equivocamos, pero lo intentamos. No pidas más perdón-. Son rostros que bien lejos están de la fisonomía de Firmenich o Galimberti, aún del mismo Bonasso que hoy se erige como representante de la izquierda y no es capaz de hacer una mínima autocrítica en su calidad de cuadro superior de Montoneros. Son rostros de pibes y pibas que lucharon por el otro y por lo que creyeron justo en ese momento, con un coraje pocas veces visto. Son rostros que no fueron carne de cañón, ni llevados a degüello inconscientemente, aunque la historia y su temprana edad develaran posteriormente el error político de esa opción. Sin embargo, esto no minimiza su carácter de compromiso hasta las últimas consecuencias.
En homenaje a esos rostros, hay una parte de Montoneros que no puede seguir siendo ensuciada y bastardeada. Pasarán muchos años para volver a reconstruir esa fuerza y esa entrega, y si de algo nos tiene que servir su experiencia y su trágico final no es para catapultarlos en un nuevo mito de 'locos iluminados' y olvidarlos en los oscuros recovecos de una historia que se niega a si misma. En mí aún viven todos esos rostros y me niego a seguir pidiendo perdón por haber sido montonera. Aunque esto no invalide rever en un sentido crítico, profundo y doloroso nuestro protagonismo social.
En esta nueva era, donde el enigma setentista vuelve a salir a la calle, sería bueno despojarlo de todo maquillaje y rescatar de él la fuerza generadora de lucha que se dio tanto en Argentina como en América Latina. La historia nunca se repite, pero tampoco se borra, tengamos la valentía de recuperar lo mejor que ha generado en su transcurso y aprender de lo peor para no cometer los mismos errores.

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