lunes, 26 de enero de 2015

Los disparates de un paranoico

Los disparates de un paranoico

Por Gabriel Levinas  | Para LA NACION

 
Me pidió que nos encontráramos en un parque del barrio de Caballito, dijo que conocía mi cara y se iba a acercar cuando estuviera seguro de que no lo estaban siguiendo. Era un sábado a la tarde y yo no tenía nada que hacer, no perdía nada. Confieso que después me dio un poco de temor, llegué a imaginar alguna trampa. La curiosidad pudo más y fui.

Esperé diez minutos sentado en el banco cuando pude observar a un hombre cincuentón, calvo. Su cuello parecía hundido en una campera de nylon marrón, como intentando ocultar su cara. Pasó disimuladamente un par de veces frente a mí antes de sentarse.

Se presentó como Bernardo. Sin preámbulo comenzó a narrarme lo que trataré de transcribir lo más fielmente posible, ya que no me permitió grabar. No dejaba de mirar hacia todos lados, preocupado y vigilante. Sólo interrumpió su relato cuando me pidió que sacara la batería de mi celular.

Dijo haber trabajado hasta julio de 2012 en la Presidencia de la Nación. Formaba parte de un grupo de planificación que dependía directamente del jefe de Gabinete.

La narración era un poco atolondrada, la fechaba a principios de 2007, cuando se decidió llevar adelante un plan tendiente a implementar una serie de medidas, algunas públicas y otras de carácter secreto, para poner en práctica lo antes posible algo que Bernardo llamaba "la dictadura científica".

El proyecto se basaba -de ahí su nombre- en una idea de Aldous Huxley cuando escribió en 1932 su novela Un mundo feliz . Huxley explicó años más tarde que las propuestas del futuro dictador serían implementadas sin dolor por un cuerpo de ingenieros sociales altamente capacitados. Ya no sería necesario matar o encarcelar a nadie para imponerlas.

Pero este proyecto era mucho más sofisticado; de hecho, eran impensables para Huxley los avances científicos y tecnológicos que hoy posibilitan de manera asombrosa conocer toda la actividad de los ciudadanos. Sus pensamientos, sus círculos de amistad, sus costumbres, hasta sus más íntimos secretos.

Por cierto, estaban dispuestos a usar todo el aparato estatal para mejorar la vieja idea. Para ello era imperativo subordinar a la Justicia y evitar inconvenientes propios de las repúblicas democráticas. Iban a aprovecharse de las debilidades de la democracia para poder instalar la más sofisticada de las dictaduras.

Se creó rápidamente un grupo especial de la SIDE, que coordinara en todo el país la recolección de datos mediante la utilización de cientos de camionetas que transportan unos equipos de última generación comprados en Estados Unidos, que escanean y recolectan cualquier transmisión de datos por vía inalámbrica en dos cuadras a la redonda. Celulares, WI-FI.

La capacidad de almacenamiento de la información digital, como todos sabemos, es ilimitada. "Pero ¿quién procesaría y para qué todo ese enorme caudal de información, básicamente inútil?", pregunté.

Bernardo esbozó su primera sonrisa y dijo con repentina calma: "Todo sirve, todo".

"Ellos guardan todo -continuó- no sólo eso guardan, también guardan todas las causas judiciales, denuncias policiales, movimientos de las tarjetas de crédito, las bases de datos de la tarjeta SUBE, los datos biométricos de las fronteras, todos los mails que se puedan conseguir y hackear, y por supuesto, la información de la AFIP. Hasta las computadoras de Conectar Igualdad forman parte del plan. También, claro está, las bases de datos de las telefónicas."

-Pero ¿qué hacen con todo eso? ¿Cómo se puede procesar? -pregunté.

Volvió a sonreír.

-No se procesa, sólo se guarda.

-No entiendo -le dije, alterado por lo absurdo del relato.

Me tomó de la mano, casi como para calmarme, y me explicó con una certeza que me dejó helado:

-Si aparece algún opositor, cualquiera que comience a molestar al Gobierno, se pone su nombre en el sistema y en segundos aparece toda su data. Se analiza y se decide el plan de acción. No se olvide, mi amigo, de que cuando le digo todo, le estoy diciendo todo. Dónde gasta su dinero, en qué, con quién, cuándo, con quién se junta, a quién le debe, con quién tiene pleitos, y entonces un especialista elige el mejor camino para amedrentarlo primero y, si no es suficiente, destruirlo. Todo esto para llevar adelante la idea fundamental: dividir a la sociedad entre los domesticados de primera y los de segunda. Los de primera son la población que consume, trabaja y produce, ya sea servicios o bienes, y los de segunda son los más humildes, los que están excluidos del mercado laboral, los subvencionados con planes sociales o la Asignación Universal por Hijo. En el círculo íntimo los llaman los "comedores de harina".

-¿Comedores de harina? -le pregunté, sorprendido, casi espantado.

-Sí -respondió-. Son fundamentales para la consolidación del poder. El plan es mantenerlos vivos al menor costo, procurando que la falta de nutrientes siga causando estragos en sus mentes y sólo sobrevivan para las elecciones, en las que indudablemente votarán por el Gobierno. Los expertos en psicología social y otros científicos del grupo sosteníamos que no existía ningún elemento que indicara que ellos puedan rebelarse si se los controla y se los alimenta casi exclusivamente con hidratos de carbono. Al resto, a los domesticados de primera, se los doblega mediante el control de los medios de comunicación y se usa la informática para reprimir. Todo estaba saliendo perfecto, no había un solo impedimento para avanzar a una etapa superior del plan.

-¿Y qué pasó? -pregunté.

-Nos equivocamos. Y por eso nos echaron. Yo los convencí de que no había genéticamente nada que haga que los comedores de harina se rebelen, pero aparecieron los qom.

-¿Los qom?

-Sí, los qom. Ahora gran parte de los fondos del proyecto se destinan a investigar qué tienen esos malditos que la harina y la yerba no logran reducirlos a la marginación absoluta, por qué esos cabrones, a pesar de todo nuestro esfuerzo por doblegarlos, conservan su orgullo y su dignidad.

De golpe dejó de hablar, como si hubiese visto al diablo mismo, se paró y se fue rápidamente y sin saludar.

Confieso que llegué a reírme de los disparates que terminaba de escuchar mientras por otra parte me compadecía del pobre paranoico. Asunto archivado, me dije mientras sacaba el auto del estacionamiento.

Jamás pensé en publicar semejante historia. Hasta que hace un par de meses pude ver en las noticias, de manera reiterada, que los qom estaban siendo literalmente cazados en las provincias de Chaco y Formosa. En ese momento me tenté a publicar algo, pero preferí no correr riesgos.

© LA NACION.

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